Ramón Gaya Pomés
(Murcia, 1910 - Valencia, 2005)


Reseña biográfica:
Nació en Murcia (Huerto del Conde) el 10 de octubre de 1910. Fue un pintor precoz, a los diez años participo por primera vez en una exposición colectiva regional, organizada por el circulo de Bellas Artes de Murcia, y a partir de aquí contacta con reconocidos pintores y escritores de la época y desarrolla su actividad en el mundo de la escritura y la pintura
Ramón Gaya visitó París por primera vez en 1928 gracias a una beca del ayuntamiento de Murcia, y en compañía de otros dos pintores murcianos, Pedro Flores y Luis Garay. Contaba tan sólo con dieciocho años y ya formaba parte de un círculo de jóvenes poetas y pintores, seguidores de las corrientes modernas que simbolizaba París, aficionados a las novedades cubistas, puristas y surrealistas de la época (Bonet, 1995). Los tres artistas tenían contratada una exposición en Aux Quatre Chemins.
En diversas manifestaciones posteriores, Gaya manifestó que la vivencia directa y la contemplación cercana de la “meca” del arte moderno le produjo decepción.
En una carta enviada desde París decía “Tiene usted una idea falsa de París, querido amigo. En París no se paga el mejor cuadro, se paga la mejor firma; se vende por tamaños. Aquí los bastidores tienen unas medidas fijas y se venden a tantos francos el numero. Tiene esto algo de matemáticas. Cuando “se llega” se paga un precio; cuando hace una año que se vive en París, se paga otro.....” “En París se vende la pintura por metros; como los solares por construir. Todo el mundo dice que en España se vende muy caro (cuándo se vende), pero, claro, no se vende nunca. Las señoras francesas que compran cuadros, no puede usted figurarse el gesto de comprar alfombras que tienen. A mí siempre me parece que van a decir: ¿no tiene ninguno mas pequeño? Yo no pensaba gastar tanto”.
A su regreso decidió distanciarse de esas referencias parisinas y los años siguientes fueron para el de ahondamiento en un proyecto al margen de las vanguardias, de las que termino respetando tan solo a figuras aisladas como Paul Klee o Picasso (Bonet, 1995).
Tras la guerra española, se exilio en México, tardando trece años en regresar a Europa, concretamente y de nuevo a París, donde se reencuentra a través de los pintores que lo “ayudan a entrar de nuevo en Europa”, ve su vida a través de la pintura de Rembrandt y Tiziano, Seurat, Cezanne o Toulouse-Lautrec. Este es el París que el ama, la tierra de la pintura, de los viejos maestros, que pasara a ser una referencia y una de las ciudades, junto con Roma y Venecia, que destacaran en su trayectoria (Trapiello, 1995).
En ese momento (julio de 1952) le escribe a Tomas Segovia, que continua en México, “Mi mayor decepción ha sido el Louvre; después de un ayuno tan largo, comer un poco me dejo mas hambriento. Claro que hay unas cuantas cosas de primer orden. Para empezar, dos Rembrandt que no se que decirte de ellos, pues son definitivos, absolutos, y por lo tanto no hay mas que hablar. Después, un Van Eyck que anonada, que le deja a uno sin respiración.....Un Rubens (su mujer con los hijos) que sin duda se trata de un verdadero milagro, sin mas, y por lo tanto de nada nos sirve lamentarnos de su barroquismo, de su exceso, de su mal gusto sobrante: los milagros son como son....” Y así continua, con el entusiasmo, la sorpresa y la ilusión de un niño grande que redescubre el mundo que de verdad le apasiona después de un paréntesis, llegando incluso en ese apasionamiento a ser atrevido y un poco irreverente cuando dice: “Una sorpresa: “La Gioconda” me parece infinitamente peor, de peor calidad que la recordaba, pues incluso como invento es bastante ....casero; es sorprendente a que disparates puede arrastrar la idolatría de las gentes, ya que mi conferencia del Ateneo hace unos años, tan tímida como me resulta hoy, recuerdo que por entonces sonó como una de esas herejías que nos permitíamos los jóvenes de vanguardia”.
Poeta asimismo, tan difícil que resulta hacerle hablar sobre sus cuadros, sin embargo en sus versos si que nos explica claramente cómo siente la pintura:
De pintor a pintor
El atardecer es la hora de la Pintura
Tiziano
Pintar no es ordenar, ir disponiendo
sobre una superficie, un juego vano,
colocar unas sombras sobre un plano,
empeñarte en tapar, en ir cubriendo;
pintar es tantear –atardeciendo-
la orilla de un abismo con tu mano,
temeroso adentrarte en lo lejano,
temerario tocar lo que vas viendo.
Pintar es asomarte a un precipicio,
entrar en una cueva, hablarle a un pozo
y que el agua responsa desde abajo.
Pintura no es hacer, es sacrificio,
es quitar, desnudar, y trozo a trozo,
el alma irá acudiendo sin trabajo.
Mansedumbre de obra
Acude entero el ser, y, más severa,
también acude el alma, si el trazado,
ni justo ni preciso, ha tropezado,
de pronto, con la carne verdadera.
Pintar no es acertar a la ligera,
ni es tapar, sofocar, dejar cegado
ese abismo que ha sido encomendado
a la sed y al silencio de la espera.
Lo pintado no es nada: es una cita
-sin nosotros, sin lienzo, sin pintura-
entre un algo escondido y lo aparente.
Si todo, puntual, se precipita,
la mano del pintor –su mano impura-
no se afana, se aquieta mansamente.
(Nueve sonetos del diario de un pintor, 1982)
Interés para el proyecto:
El interés de Ramón Gaya para el proyecto radica en su concepción de la pintura. Al márgen de que su referente es Velázquez, como en el caso de Antonio López, para Gaya, como expresa en su poesía "De pintor a pintor", pintar no es solo el patrón de manchas que se genera, es las sensaciones que plasma en dicho patrón el pintor y las sensaciones que percibe el observador la la búsqueda de la relación "entre un algo escondido y lo aparente".
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